sábado, 14 de julio de 2018


EL PENSAMIENTO CRÍTICO EN LAS UNIVERSIDADES
No soy un fatalista, pero el panorama mundial se torna cada vez más ensombrecedor: los conflictos y la guerra en medio oriente, el afán de poder de las potencias mundiales (Rusia y Estados Unidos), las enfermedades incurables, los males sociales, el calentamiento global y la degeneración del ser humano, solo por mencionar algunos ejemplos. Luego de echarle un vistazo al mundo, retorno por el hall de algunas universidades de este país, y me pregunto si hemos logrado sintonizar con los ‘millennials’, con quienes compartimos buena parte de nuestro tiempo en las aulas. De ser así sería un gran alivio.
Es cierto que a nosotros nos educaron con el rigor de la palmeta, cuando las bibliotecas eran exquisitas, los libros eran muy costosos y las fotocopias jamás pasaron por nuestra cabeza,  por eso, copiábamos lo que el profesor escribía en la pizarra o lo que nos dictaba en cada clase. Recuerdo, aún, cuando un compañero de carpeta decía “profesor lo tenemos que copiar todo eso” y otro muy listo respondía “no, tómale foto”. Eso sonaba a broma hace aproximadamente 30 años porque nadie tenía, como hoy, una cámara a su alcance, salvo en su imaginación. Los jóvenes de hoy nacieron con el Smartphone, la computadora y la tableta conectados a internet las 24 horas del día. Esa enorme ventaja con respecto a la información que maneja la juventud se ha convertido en un reto para cualquier persona que ejerce la docencia, sin embargo, nos preguntamos cómo los docentes del siglo XX pueden convivir y alinearse con los estudiantes del siglo XXI.
Pero lo más importante, creo yo, es preguntarse si en el sistema universitario peruano se están generando espacios de discusión, cuyo punto central sea el tratamiento de temas nacionales y mundiales que permitan desarrollar el pensamiento crítico, o se estará apostando por una formación conformista, contemplativa, cuyo objetivo esté centrado solo en obtener el diploma que le sirva para no morirse de hambre en este país, cuyos índices de corrupción son alarmantes en estos últimos 20 años. En ese sentido, creo que la universidad tiene la obligación de generar espacios para que los estudiantes lleguen a la conclusión de que es una necesidad entender el mundo que les ha tocado vivir, entender que todo sigue su curso, entender que los escenarios político, económico, religioso y social de los países experimentan cambios coyunturales y drásticos. Entenderse a sí mismos también es una necesidad; sin embargo, alcanzar el objetivo exige, indefectiblemente, el uso de la razón que se podría resumir en el abandono de las posiciones cómodas y sumisas producto de la lectura y el esfuerzo que estas contemplan. Ello haría a la persona más humana, útil, libre e independiente.


sábado, 25 de junio de 2016





¿LIBERTAD DE EXPRESIÓN O INVOLUCIÓN SOCIOCULTURAL?

Los medios de comunicación de corte sensacionalista aumentaron en la década del 90, haciéndose conocidos por sus publicaciones que atentaban contra la ética periodística y violentaban, con mucha sutiliza, los principios de sus seguidores. Actualmente, pese a que han transcurrido más de tres quinquenios, algunos de ellos aún siguen operando bajo la denominada ley del libre mercado. Dicha herencia conduce a pensar que ciertos programas televisivos, radiales y diarios deberían clausurarlos, porque atentan contra la veracidad de los hechos, la objetividad, las buenas prácticas periodísticas y las buenas costumbres. Frente a esto, como es natural, distinguidas personalidades asumen que es la mejor opción para evitar el aumento de los males sociales y proteger el  derecho de las personas, educándolas para que sean mejores ciudadanos; en cambio, los hombres de prensa afirman que es un atentado contra la libertad de expresión. Sin embargo, si es evidente que el funcionamiento de un medio de comunicación social resulta lesivo para la mente humana, no habría por qué objetar su posible clausura por parte del estado.

Para empezar, si hablamos de la existencia de medios de comunicación social sensacionalista que violentan la norma, entonces es evidente que necesitamos de la presencia del estado como ente regulador que tutele los derechos fundamentales de las personas y sancione de manera ejemplar a quien corresponda. Es bueno recordar que los medios de comunicación sensacionalistas no son conocidos por la veracidad de la información que presentan, sino por la exageración, el racismo, la mentira camuflada y corrupción política, producto de los gobiernos coyunturales como es el caso del genocida de Alberto Fujimori. En ese sentido, quienes operen bajo esta práctica, deben hacerse acreedores de una sanción inmediata, a fin de ordenar el asunto, caso contrario, todo sigue su curso hasta la degeneración del ser humano. Si no hagamos un poco de memoria, durante régimen dictatorial fujimorista aparecieron los diarios chicha, caracterizados por el uso de temas irrelevantes para el país, atizados por una ola de mentiras como los monstruos de los cerros, las vírgenes que lloran, la tumba de Sara Helen, y una serie de mensajes televisivos distractores acompañados por el uso constante de voces con un lenguaje coprolálico y procaz que formó parte del léxico de chicos y grandes, mientras se privatizaba a la mayoría de empresas estatales, consideradas el motor de nuestra economía. Fue esa la fórmula perfecta para  “informar” y “culturizar” a la muchedumbre, quien tampoco reaccionó ante la ola de inmundicia que se disparaba por todos lados; por el contrario, fue en busca de más “novedades” que satisficieran sus “buenos hábitos”. Estos hechos precisan con mayor detalle en la encuesta realizada por la empresa CONCORTV, 2011, en la que se revela que el 89% de peruanos perciben mucha violencia y el 81% un trato discriminatorio en la radio y televisión.

Por otra parte, si todos los medios de comunicación conocen las reglas de juego para actuar dentro del ámbito territorial, cuya norma máxima es la Constitución Política del Perú, deberían dar el ejemplo con la emisión de programas culturales que ayuden a las personas; sin embargo, creo que no se avizoró que estábamos asistiendo al inicio de un auténtico saludo a la bandera. De no ser así entonces por qué bajo esa claridad, en la década del 90, varios medios periodísticos trasgredieron la norma, sacando al aire cierto tipo de programas lesivos para la mente humana: dramas pasionales con escenas de sexo, violencia, muerte y apoyo político a las autoridades de turno como era el caso de Rosy War y Laura Bozo quienes (según declaraciones de Montesinos en el 2002) alentaron públicamente la candidatura de Fujimori hacia el 2000. Conocido también es el  lanzamiento, por casi todos los canales televisivos, de la canción “el ritmo del chino” de propiedad de Alberto Fujimori (aunque se asume que fue el arequipeño Carlos Rafo el autor) que más adelante hizo cantar a la muchedumbre “el chino, chino, chino”. Además, según el diario La República, Fujimori ordenó a Montesinos la compra de “prensa chicha” para la reelección. (La República, 05 de mayo de 2011). Estos acontecimientos son pruebas suficientes como para inmutarnos y denunciarlos  públicamente, ya que constituyen hechos flagrantes; es por ello que tras una ardua investigación, el 8 de enero del  2015, la Cuarta Sala Penal Liquidadora sentenció al expresidente, Alberto Fujimori a ocho años de prisión por el delito de peculado, al haber autorizado el desvío de fondos  de las fuerzas armadas al servicio de inteligencia nacional (SIN), con el objetivo de comprar la línea editorial de los “diarios chicha” para que apoyen su segunda reelección en el año 2000 (Vargas, 2015).

Otro aspecto a considerar es que tanto en la década del 90 como hoy se siguen emitiendo este tipo de programas, lo que implica que somos herederos de una época nefasta, de la cual estamos obligados a tomar distancia. Según Gargurevich (2000), en la década de los noventa surgió mucha controversia al tratar de confundir la información sensacionalista, como por ejemplo, la publicación del 16 de noviembre de 1998 de un diario llamado el Mañanero, cuyo titular decía “gordo Ortiz chapa a Magaly y ella se abre de patas”. Y  la pregunta es ¿Cuál es la noticia y qué importancia tiene para las personas que buscan noticias relevantes? Una noticia relevante podría ser la toma de la residencia del embajador del Japón, en diciembre de 1997, pero no lo que publicaba ese diario chicha. En efecto, el sujeto que recibe la noticia necesita aprender a discriminar entre lo que es realmente una noticia y lo que es el sensacionalismo utilizado por la prensa amarilla. Pues, la noticia viene a ser una información nueva sobre algún acontecimiento que se considera  de mucha importante para su divulgación; en cambio, el sensacionalismo, utilizado por los medios chicha o prensa amarilla,  es una tendencia que busca causar fuerte impresión con noticias  exageradas, desproporcionadas de un acontecimiento real, buscando maquillar la información, supliéndolo por los aspectos secundarios, con el fin de generar el escándalo, el asombro, y finalmente el marketing, lo que desde luego, implica un daño al público consumidor (Gargurevich, 2000). Si asistimos a un escenario en el que los diarios chicha siguen operando en este país, entonces es probable que un buen número de lectores estén siendo objeto de las patrañas de la prensa sensacionalista, aunque luego de haber recuperado la democracia en el 2001,  los escenarios, a diferencia de los 90 en donde se recibía la noticia de pocos medios,  han cambiado gracias al surgimiento de las redes sociales que ayudan mucho en la difusión de distintas ideas; por lo que se les resulta más difícil lograr su cometido.

También es importante considerar que están en pleno uso de su derecho como cualquier ciudadano quienes objeten la idea de que clausurar un medio de comunicación es atentar contra la libertad de prensa en un país democrático, arguyendo que son los televidentes los que deciden qué desean ver, y no necesariamente un ente regulador que tutele sus derechos. Como es de entenderse, no niego que vivamos en un país democrático en donde todos tenemos derecho a la libre expresión sin importar, el sexo, raza, religión… tal como lo establece nuestra carta magna, sin embargo, las malas prácticas de muchos medios de comunicación, como se ha detallado anteriormente, conducen a pensar que deben recibir una sanción ejemplar con el cierre de sus programas, por considerarse lesivos para los oyentes.  Además, si la democracia es entendida como la libertad que tiene un medio para lanzar cualquier tipo de mensajes sin importar sus efectos, es un grave error, ya que para ello están los denominados códigos de ética que orientan y limitan el accionar de quienes dirigen cualquier medio de comunicación. Ahora bien, si ello solo constituye un buen deseo y, por el contrario, aprovechan la ventaja y espacio que tienen para obrar intencionalmente, entonces no hay argumentos válidos para defender el libre funcionamiento.

En conclusión, la idea de clausurar los medios de comunicación de señal abierta considerados lesivos para la mente humana es una medida acertada. En primer lugar, porque el estado está en la obligación de salvaguardar los derechos de los ciudadanos, brindándoles noticias de calidad, opuesto al sensacionalismo injurioso, malsano, interesado solo en rating. En segundo lugar, porque se necesita ir formando personas íntegras, con alto grado de raciocinio y práctica de valores, y no al revés como en los años 90. Además, si los medios de señal abierta son conscientes de que la historia no puede repetirse, entonces deben obrar con sumo cuidado para evitar cualquier tipo de sanción de la que se harían acreedores. Finalmente, lo que queda claro es que si se regula el accionar de los medios de comunicación, a través del marco legal, se estaría avanzando como un país que salvaguarda los derechos de sus ciudadanos, ofreciéndoles programas de mucha utilidad para su formación como persona; lo contrario sería abandonarlos a su libre albedrío que tendría consecuencias lamentables en un periodo no muy lejano.

Cajamarca, junio de 2016


sábado, 5 de marzo de 2016


¿SUBE ARRIBA-BAJA ABAJO?


Para absolver un poco la duda de muchos internautas, les dejo estas líneas. En noviembre del 2013, cuando le hacen la consulta al otrora Presidente de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, si es correcto decir "sube arriba, baja abajo", él contesta que son frases correctas que se pueden usar en el lenguaje oral, mas no en el escrito. Postura que sintoniza claramente con la corriente pragmática: es decir, los enunciados adquieren sentido en contextos reales, no ideales de la lengua. Esto es, si la forma de expresión oral se entiende correctamente y funciona en el contexto, entonces, no hay nada más de discutir respecto a su uso, salvo en la forma escrita. 

domingo, 4 de enero de 2015







LA CONCENTRACIÓN DE MEDIOS EN EL PERÚ

El 21 de agosto de 2013 el Grupo Editorial El Comercio, de propiedad de los Miro Quesada, compró las acciones de Epensa (Correo, Ajá, Ojo y El Bocón), de propiedad de los hermanos Agois Banchero, por la suma equivalente a 17 millones 200 mil dólares; lo que significa que el decano toma el control de la impresión, la publicidad y la comercialización de Epensa. Esto dio lugar al debate académico, cuyo punto central es la concentración de medios en el Perú. Esta transacción ha generado, por un lado,  el inmediato rechazo de tal operación por considerarlo que viola el artículo 61 de Constitución Política del Perú, en el que se prohíbe la concentración de medios, además de generar la competencia desleal y poner en peligro la democracia, y por otro, los defensores del decano asumen que tienen absoluta libertad para operar en una economía de libre mercado. En tal  sentido, asumo que la concentración de medios en nuestro país es un peligro para la democracia.

Por un lado, digo que la concentración de medios en el Perú es un peligro para la democracia, porque los ciudadanos recibirían la información mayoritaria de un solo medio. En ese sentido, si un grupo empresarial tiene el dominio del 70% de la circulación de los periódicos a nivel nacional, además de dos canales de televisión, evidencia una única forma de pensamiento en sus lectores, lo cual trasgrede, parcializa y sesga la información, haciéndola menos pluralista y democrática, en el entendido de que los ciudadanos tienen el legítimo derecho a recibir información proporcional que les permita generar sus propias opiniones y conclusiones producto de lo que leen. Así lo sostuvo el abogado especializado en Derecho Público, Constitucional y Administrativo, Ángel Delgado Silva: “Es un peligro. En un Estado democrático, el ciudadano tiene derecho a estar informado de manera proporcionada. Lo conveniente es que un ciudadano no reciba información sesgada, de modo que pueda sacar sus propias conclusiones y tome sus decisiones. Pero si la información viene de una sola vía, de un solo camino, obviamente recibirá información parcializada.” (La República.pe, miércoles, 04 de setiembre de 2013).

Por otro lado, es antidemocrático que un grupo editorial monopólico silencie las propuestas disidentes de su contraparte, sobre todo cuando se trata de procesos electorales. Si no recordemos, que durante las elecciones presidenciales del año 2011, El Comercio apoyó la candidatura de la hija del exdictador, Alberto Fujimori (1990 - 2000) condenado a 25 años de prisión por delitos de corrupción y de lesa humanidad, a lo que se puede asumir que está en su legítimo derecho de brindar su apoyo al candidato que mejor le plazca; sin embargo, lo que no se está considerando es el derecho a la pluralidad en el tratamiento de la información  que no necesariamente sintoniza con su propuesta. Es justo precisar que en aquella coyuntura electoral, según este diario, se dejaba entrever que la candidata del fujimorismo gozaba de la aceptación mayoritaria de los peruanos, en desmedro del denominado candidato antisistema, lo cual distaba mucho de la verdad, pues, los resultados favorecieron a Ollanta Humala, pese a los constantes ataques de los diarios de derecha. En consecuencia, en un país, en el que la mayoría aún no entiende a cabalidad sus legítimos derechos, y no tiene la suficiente capacidad para discernir entre lo objetivo y lo subjetivo, corre el peligro de ser manipulado al recibir la información a través de un solo canal, lo cual es perjudicial y antidemocrático. 

Asimismo, tanto Perú como Argentina albergan a grupos periodísticos mediáticos muy poderosos, que bajo la lupa una economía de libre mercado no tienen ninguna objeción para operar. Sin embargo, el problema surge cuando, desde el punto de vista ético-moral se observa que la información, en muchos casos, dista mucho de la objetividad, lo que conduce a pensar que la mayoría de periodistas trabajan en función de los intereses de sus empleadores, caso contrario, serían despedidos, situación que destiñe la veracidad de la información periodística. En el caso de Perú se ha dicho que El Comercio tiene el dominio aproximadamente del 70% de la prensa escrita y televisiva, lo que implicaría que si este medio se propusiera, por ejemplo, disentir con el discurso de un gobierno que intente regularlo por violentar algún principio, fácilmente tendría bajo su dominio una enorme ventaja sobre el resto del periodismo, significado catastrófico para un país que empieza a creer en la democracia y en la paz interna que le costó conseguirla, luego de tanto sacrificio. En el segundo caso, a diferencia de Perú, se encuentra el conglomerado mediático más grande de Argentina con el Grupo Clarín S.A. que reúne el 41% del mercado radial, el 38% de la televisión de señal abierta y el 59% de televisión por cable, lo cual  no se condice con el principio de objetividad, pluralidad y democracia de ese país, al encontrarse en constantes enfrentamientos judiciales con el gobierno de turno; y que además, en términos de Martín Sabbatella, Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA), este grupo mantiene su posición dominante y su falta de independencia, al existir vínculos societarios entre el diario y las empresas que regenta, lo cual de por sí ya es un fraude para sus lectores. En consecuencia, para evitar que los grupos mediáticos traten de influir negativamente y violenten nuestros derechos, debemos entender que democracia no es sinónimo de imposición y sometimiento de quienes tienen el poder; democracia significa que todos los ciudadanos tenemos los mismos deberes y derechos, en la que debemos aprender a convivir participativamente, de manera libre, justa, igualitaria, independiente, además de recibir la información de los distintos medios de comunicación de manera objetiva, tal y como lo establece nuestra carta magna.

Ahora bien, en un país “democrático”, asistimos ante el discurso sardónico de quienes tienen el sartén por el mango que, como es natural, defenderán lo suyo y jamás asomará en ellos la paupérrima idea de asumir sus yerros cuando en nombre de la teoría del libre mercado, de la constitución política y de todas las leyes vigentes en este país, asumen que ejercen su legítimo derecho, y que tienen absoluta libertad para seguir jugando a compraventa de cuantas empresas editoras les competa. No obstante, lo ocurrido en los vecinos países nos delata que cuando el elefante está dentro de  casa, el peligro es eminente, y la historia se repite. Por ello, reafirmo que constituye un peligro el hecho de que gran parte de la “información“ periodística sea dirigida  por un solo medio, en el entendido de que todos tenemos derecho a un espacio en donde podamos informarnos de manera veraz, sin maquillajes ni mensajes camuflados de mentiras.

En conclusión, la concentración de medios en el Perú es un peligro para la democracia, ya que la mayoría de peruanos estaría resignado a recibir la información mayoritaria de un solo medio, además de asistir a un posible enfrentamiento con el gobierno de turno, de no armonizar con sus intereses. Esta situación desacredita la información veraz y constituye una falta de ética periodística en el medio; asimismo, violenta el legítimo derecho a la información que debe recibir todo ciudadano. Finalmente, para saltar este abismo, por un lado, habrá que aprender a surtir entre leer un diario cuya línea editorial se yuxtapone y expande hacia sus socios estratégicos, y un diario de corte verista que aquilate la información, para estar cada vez más lejos de Escila y Caribdis; y por otro, ojalá que los promotores del decano se alejen de la malas prácticas de sus vecinos para evitar cualquier desvarío social que tanto daño nos hace.




viernes, 16 de mayo de 2014




                                           
 ¿SEGUIMOS CON LO MISMO O CAMBIAMOS EL CHIP?
                                
En nuestro país, en la última década, parece que los medios de comunicación social, sobre todo la televisión, han olvidado cuál es la esencia de su verdadero quehacer. Es por ello que se ha puesto en tela de juicio el tipo de programas que emite la televisión peruana, ya que se estaría violentando el decreto supremo emitido por el gobierno nacional el 15 de julio de 2004 (Ley 28278). En tal sentido, para muchos televidentes, la programación televisiva les permite mantenerse informados, distraerse, pasar momentos agradables en casa junto a la familia; en cambio para otros, dicha programación lesiona y daña, de manera irreversible, la mente de los niños. Bajo esta premisa, asumo que la mayoría de programas televisivos nacionales de señal abierta deforman la mente infantil.
Por una parte, digo esto, porque la televisión peruana emite programas demasiado violentos y de escasa formación cultural. Ahora bien, si un medio de comunicación descuida el aspecto cultural y genera violencia en la emisión de sus programas, naturalmente, tiende a deformar la mente de cualquier niño. Así lo refiere el Instituto Nacional de Salud Mental de los Estados Unidos: “la violencia expuesta en la televisión puede conducir a los niños a desarrollar conductas agresivas que duran por mucho tiempo” (Guía infantil, 2000-2013). En efecto, dicha programación orienta a la degeneración humana.
Por otra parte, claro está que la televisión-cuyo origen tuvo lugar en 1928, gracias a las investigaciones de Logie Baird- no es la caja tonta como muchos lo han denominado, televisión es un medio de comunicación social que nos permite recibir las noticias con suma rapidez, generar opinión, divertir, educar, entretener, entre otras actividades. Sin embargo, pese a las bondades que puede presentar este medio, vale la pena aseverar que quien permanece por mucho tiempo viendo televisión tiende a generar adicción y entorpecer su pensamiento, ya que anula la mayor parte de su capacidad creativa y reflexiva. En consecuencia, conduce a un adormecimiento cerebral y deformación de la mente humana.
Asimismo, resulta demasiado generoso advertir y afirmar que el 85% de los  programas televisivos no dudan en apelar a elementos básicos de atracción como sexo, violencia, humor lleno de jocosidad y sangre. Y bajo el seudoargumento de una aparente preocupación y denuncia ante situaciones desastrosas se ensalzan con el sufrimiento de las personas, de la manera más vil. Entonces, ¿cuál es el impacto que producen los programas televisivos en la formación de los niños y jóvenes del Perú?, ¿qué es lo que vemos a diario en la TV?, ¿acaso somos incapaces de levantar la voz y decir basta de tanta podredumbre en las pantallas?, ¿no podemos dejar presionar el power del control remoto, porque ya sabemos qué es lo que nos espera en este país en donde todos gritan libertad de expresión? ¿Este país no tiene salvación?
Además, si partimos de la premisa que “Los servicios de radiodifusión sonora y de televisión deben contribuir a proteger y respetar los derechos fundamentales de las personas, así como los valores nacionales que reconoce la Constitución Política del Perú”, podríamos asumir que la mayoría de promotores, y por ende los programas televisivos “aplauden” la existencia del artículo 33 de la ley 28278 que versa sobre los principios y valores y que prohíbe la emisión de cierto tipo de programas que mellan la integridad del ser humano; menos aún toman en cuenta los artículos 41, 42 y 43 de la misma ley, que estipula sobre el horario familiar para la emisión de ciertas películas. Según el panorama, la programación televisiva en el país, a diferencia de otros países, tiene absoluta libertad para elegir qué ofrecerle al televidente: chismes peleas, insultos, “concursos”, evidentes actos de racismo, incluso hasta la muerte, como el caso de Ruth Thalía, que ocurrió luego de que la susodicha se presentara en un conocido programa televisivo a decir “su verdad”. Sin embargo, distinto sería si el Estado exigiera a los canales de televisión que cumplan con la ley como el caso de la televisión cubana, al margen de su política de estado, en donde la  programación televisiva es netamente cultural, informativa, educativa y deportiva,  orientada a la conservación de sus valores y los sueños cubanos. De ser el caso, se podría disfrutar de una programación más sana, comprometida con la educación de su gente, sobre todo de los niños quienes son el blanco perfecto de muchos antivalores que se propagan sin ningún reparo.
Ahora bien, para quienes defienden la idea de que la mayoría de programas televisivos sí cumplen su función al respetar la normativa vigente, Ley 28278, podrían argüir que ningún sujeto está obligado a ver lo que no le place; en consecuencia, tiene plena libertad de elegir otras alternativas como el hecho de adquirir un producto de cable, cuyos beneficios son evidentes. Frente a ello, no digo que la televisión se haya alejado de sus quehaceres al emitir la noticia a nivel local, nacional y mundial, aparte de generar la opinión; tampoco niego la existencia de otras alternativas. Sin embargo, ante los resultados y evidente propagación de violencia, no existen argumentos válidos; ya que en la programación televisiva peruana se han descuidado dos aspectos fundamentales: el formativo y la práctica de valores que permitan integrarnos y hacernos cada vez mejores ciudadanos. Además, vivir bajo la lupa de un gobierno acéfalo, es natural que la realidad no cambie mucho, lo que coadyuva a la falta de voluntad de parte de los promotores de la televisión para presentar programas de corte educativo, porque perderían rating y dinero. Es más, si hablamos de entretenimiento, el asunto se agudiza como si fuera una enfermedad crónica, ya que se usa un código que va de lo coloquial hasta lo vulgar, típico de personas de la baja estofa. Esto se repite en la mayoría de canales de señal abierta, cuyos programas muestran contenidos similares, y de los que casi nadie se inmuta, menos aún el Estado.
En síntesis, la mayoría de programas televisivos en el Perú son lesivos para la mente de los niños. Esta situación se puede evidenciar en el permanente descuido, que muestran los programas de televisión, en el aspecto cultural y educativo que les compete según la ley, al estar plagados de violencia, sangre y muerte; y cuyo fin es el rating y el dinero. Dada esta realidad, se espera, por un lado, que los promotores de la televisión puedan reflexionar y mejorar su producción que ofrecen a la ciudadanía; y por otro, ojalá que los televidentes huyan de esa ceguera que les puede conducir a la estupidez, frente a una pantalla en donde se lanzan una serie de adjetivos hirientes y chocantes que van en contra de nuestros principios.