¿LIBERTAD
DE EXPRESIÓN O INVOLUCIÓN SOCIOCULTURAL?
Los medios de
comunicación de corte sensacionalista aumentaron en la década del 90,
haciéndose conocidos por sus publicaciones que atentaban contra la ética
periodística y violentaban, con mucha sutiliza, los principios de sus seguidores.
Actualmente, pese a que han transcurrido más de tres quinquenios, algunos de
ellos aún siguen operando bajo la denominada ley del libre mercado. Dicha
herencia conduce a pensar que ciertos programas televisivos, radiales y diarios
deberían clausurarlos, porque atentan contra la veracidad de los hechos, la
objetividad, las buenas prácticas periodísticas y las buenas costumbres. Frente
a esto, como es natural, distinguidas personalidades asumen que es la mejor
opción para evitar el aumento de los males sociales y proteger el derecho de las personas, educándolas para que
sean mejores ciudadanos; en cambio, los hombres de prensa afirman que es un
atentado contra la libertad de expresión. Sin embargo, si es evidente que el
funcionamiento de un medio de comunicación social resulta lesivo para la mente
humana, no habría por qué objetar su posible clausura por parte del estado.
Para
empezar, si hablamos de la existencia de medios de comunicación social
sensacionalista que violentan la norma, entonces es evidente que necesitamos de
la presencia del estado como ente regulador que tutele los derechos
fundamentales de las personas y sancione de manera ejemplar a quien
corresponda. Es bueno recordar que los medios de comunicación sensacionalistas no
son conocidos por la veracidad de la información que presentan, sino por la
exageración, el racismo, la mentira camuflada y corrupción política, producto
de los gobiernos coyunturales como es el caso del genocida de Alberto Fujimori.
En ese sentido, quienes operen bajo esta práctica, deben hacerse acreedores de
una sanción inmediata, a fin de ordenar el asunto, caso contrario, todo sigue
su curso hasta la degeneración del ser humano. Si no hagamos un poco de
memoria, durante régimen dictatorial fujimorista aparecieron los diarios
chicha, caracterizados por el uso de temas irrelevantes para el país, atizados
por una ola de mentiras como los monstruos de los cerros, las vírgenes que
lloran, la tumba de Sara Helen, y una serie de mensajes televisivos
distractores acompañados por el uso constante de voces con un lenguaje
coprolálico y procaz que formó parte del léxico de chicos y grandes, mientras
se privatizaba a la mayoría de empresas estatales, consideradas el motor de
nuestra economía. Fue esa la fórmula perfecta para “informar” y “culturizar” a la muchedumbre,
quien tampoco reaccionó ante la ola de inmundicia que se disparaba por todos
lados; por el contrario, fue en busca de más “novedades” que satisficieran sus “buenos
hábitos”. Estos hechos precisan con mayor detalle en la encuesta realizada por
la empresa CONCORTV, 2011, en la que se revela que el 89% de peruanos perciben
mucha violencia y el 81% un trato discriminatorio en la radio y televisión.
Por otra
parte, si todos los medios de comunicación conocen las reglas de juego para
actuar dentro del ámbito territorial, cuya norma máxima es la Constitución
Política del Perú, deberían dar el ejemplo con la emisión de programas
culturales que ayuden a las personas; sin embargo, creo que no se avizoró que
estábamos asistiendo al inicio de un auténtico saludo a la bandera. De no ser
así entonces por qué bajo esa claridad, en la década del 90, varios medios
periodísticos trasgredieron la norma, sacando al aire cierto tipo de programas lesivos
para la mente humana: dramas pasionales con escenas de sexo, violencia, muerte
y apoyo político a las autoridades de turno como era el caso de Rosy War y
Laura Bozo quienes (según declaraciones de Montesinos en el 2002) alentaron
públicamente la candidatura de Fujimori hacia el 2000. Conocido también es
el lanzamiento, por casi todos los
canales televisivos, de la canción “el ritmo del chino” de propiedad de Alberto
Fujimori (aunque se asume que fue el arequipeño Carlos Rafo el autor) que más
adelante hizo cantar a la muchedumbre “el chino, chino, chino”. Además, según
el diario La República, Fujimori ordenó a Montesinos la compra de “prensa
chicha” para la reelección. (La República, 05 de mayo de 2011). Estos
acontecimientos son pruebas suficientes como para inmutarnos y
denunciarlos públicamente, ya que
constituyen hechos flagrantes; es por ello que tras una ardua investigación, el
8 de enero del 2015, la Cuarta Sala Penal
Liquidadora sentenció al expresidente, Alberto Fujimori a ocho años de prisión
por el delito de peculado, al haber autorizado el desvío de fondos de las fuerzas armadas al servicio de
inteligencia nacional (SIN), con el objetivo de comprar la línea editorial de
los “diarios chicha” para que apoyen su segunda reelección en el año 2000
(Vargas, 2015).
Otro aspecto a
considerar es que tanto en la década del 90 como hoy se siguen emitiendo este
tipo de programas, lo que implica que somos herederos de una época nefasta, de
la cual estamos obligados a tomar distancia. Según Gargurevich (2000), en la década de los
noventa surgió mucha controversia al tratar de confundir la información
sensacionalista, como por ejemplo, la publicación del 16 de noviembre de 1998
de un diario llamado el Mañanero, cuyo titular decía “gordo Ortiz chapa a
Magaly y ella se abre de patas”. Y la
pregunta es ¿Cuál es la noticia y qué importancia tiene para las personas que
buscan noticias relevantes? Una noticia relevante podría ser la toma de la residencia del
embajador del Japón, en diciembre de 1997, pero no lo que publicaba ese diario chicha. En efecto, el sujeto que recibe la noticia necesita aprender a discriminar
entre lo que es realmente una noticia y lo que es el sensacionalismo utilizado
por la prensa amarilla. Pues, la noticia viene a ser una información nueva sobre
algún acontecimiento que se considera de
mucha importante para su divulgación; en cambio, el sensacionalismo, utilizado por
los medios chicha o prensa amarilla, es
una tendencia que busca causar fuerte impresión con noticias exageradas, desproporcionadas de un
acontecimiento real, buscando maquillar la información, supliéndolo por los
aspectos secundarios, con el fin de generar el escándalo, el asombro, y
finalmente el marketing, lo que desde luego, implica un daño al público
consumidor (Gargurevich, 2000). Si asistimos a un escenario en el que los
diarios chicha siguen operando en este país, entonces es probable que un buen
número de lectores estén siendo objeto de las patrañas de la prensa
sensacionalista, aunque luego de haber recuperado la democracia en el
2001, los escenarios, a diferencia de
los 90 en donde se recibía la noticia de pocos medios, han cambiado gracias al surgimiento de las
redes sociales que ayudan mucho en la difusión de distintas ideas; por lo que
se les resulta más difícil lograr su cometido.
También es
importante considerar que están en pleno uso de su derecho como cualquier
ciudadano quienes objeten la idea de que clausurar un medio de comunicación es
atentar contra la libertad de prensa en un país democrático, arguyendo que son
los televidentes los que deciden qué desean ver, y no necesariamente un ente
regulador que tutele sus derechos. Como es de entenderse, no niego que vivamos
en un país democrático en donde todos tenemos derecho a la libre expresión sin
importar, el sexo, raza, religión… tal como lo establece nuestra carta magna,
sin embargo, las malas prácticas de muchos medios de comunicación, como se ha
detallado anteriormente, conducen a pensar que deben recibir una sanción
ejemplar con el cierre de sus programas, por considerarse lesivos para los
oyentes. Además, si la democracia es
entendida como la libertad que tiene un medio para lanzar cualquier tipo de
mensajes sin importar sus efectos, es un grave error, ya que para ello están
los denominados códigos de ética que orientan y limitan el accionar de quienes
dirigen cualquier medio de comunicación. Ahora bien, si ello solo constituye un
buen deseo y, por el contrario, aprovechan la ventaja y espacio que tienen para
obrar intencionalmente, entonces no hay argumentos válidos para defender el libre
funcionamiento.
En conclusión, la idea de clausurar los medios de comunicación
de señal abierta considerados lesivos para la mente humana es una medida
acertada. En primer lugar, porque el estado está en la obligación de salvaguardar
los derechos de los ciudadanos, brindándoles noticias de calidad, opuesto al
sensacionalismo injurioso, malsano, interesado solo en rating. En segundo
lugar, porque se necesita ir formando personas íntegras, con alto grado de
raciocinio y práctica de valores, y no al revés como en los años 90. Además, si
los medios de señal abierta son conscientes de que la historia no puede
repetirse, entonces deben obrar con sumo cuidado para evitar cualquier tipo de
sanción de la que se harían acreedores. Finalmente, lo que queda claro es que
si se regula el accionar de los medios de comunicación, a través del marco
legal, se estaría avanzando como un país que salvaguarda los derechos de sus
ciudadanos, ofreciéndoles programas de mucha utilidad para su formación como
persona; lo contrario sería abandonarlos a su libre albedrío que tendría
consecuencias lamentables en un periodo no muy lejano.
Cajamarca, junio de 2016